jueves, 4 de septiembre de 2008

La partida de un amigo...


La noticia me sorprende abruptamente, colocando una nube gris al asoleado retorno de mis vacaciones en las costas españolas. “Sabes quién murió? – me pregunta la voz amiga del otro lado del fono. Mi mente tránsita rápido buscando algún nombre que se suponía pronto a embarcarse en ese viaje sin retorno. Cuando aún no lograba llegar a un nombre, la misma voz apunta “Murió Carlos Davis, que tu lo conoces”. Nuevo chequeo y no aparece nadie en mi lista con ese nombre. Cuando lo niego me responden. “Pero, es el chico, si mi hermano dice que tu lo conoces”…Allí mi pensamiento se congela en una sola imagen, en un solo nombre. “No sera Carlos Geywitz?, pregunto con la voz débil, tal vez esperando que no sea así…Pero nada. Sí, es él, Carlos Geywitz el inconfundible amigo, poeta que estuvo siempre en mi recuerdo, aunque poco nos viésemos en estos largos años de ausencia de Suecia.
En Chile me lo encontré sorpresivamente en el centro de Santiago. Eran sus últimos días y andaba apurado comprando regalos para los amigos. Sabía de su presencia por esos lados, de sus lecturas poéticas, de sus viajes por el territorio. Desgraciadamente a nada de ello fui. Por esos tiempos estaba absorbida en un negocio que poco espacio libre me dejaba. Nos detuvimos a conversar, me dejó su ultimo libro, escribió apuradamente en él, …y allí nos apartamos.
Lo volví a encontrar hace casi un año, en la Embajada cuando entre decenas de invitados nos apretujábamos para salvar la copa de vino que habíamos logrado. Allí estaba, con su melena enmarañada y su sonrisa eterna. Nos dimos un abrazo, conversamos de cosas triviales, aquellas que se acostumbran en encuentros como ésos, …y nos volvimos a dejar.
Ya no nos volveremos a encontrar. La muerte, esta fiel acompañante de nuestras vidas, fijó su termino. Pero Carlos, él no se va del todo. Allí me queda el recuerdo de muchos momentos, como cuando osé desde la periferia tratar de ayudar a los que entonces conformaban el Grupo Taller (Infante, Santini, Geywitz y Badilla) a sacar una revista literaria. No recuerdo cual fue su destino, pero sí que disfrute aprendiendo, aguzando el oido para no perderme esas memorables conversaciones que tenían un principio, pero nunca se sabía el término. Allí me queda también ese ultimo libro suyo “Años de Asedio”, y su dedicatoria escrita apuramente en una calle de Santiago. Por ultimo me queda el recuerdo de su presencia, de sus comentarios sarcásticos, oportunos, de su goce por la vida (al menos en lo que nos mostraba hacia afuera) de su inconfundible figura entre tantos que somos y que seguiremos siendo parte de este país.
Ello no me lo arrebató la muerte…

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